
La semana pasada hubo elecciones para el Centro de los Estudiantes en la Facultad de Abogacía de la UBA. Este año no era obligatorio ir a votar (el año pasado sí y el que viene también lo será, ya que es
un año sí, un año no). Hasta los últimos días de los comicios, tan sólo el 20 por ciento del padrón se había acercado a las urnas para ejercer su derecho civico-académico. Cabe mencionar que la Facultad de Derecho desde siempre fue un claro formador de políticos, y la gran mayoría de los presidentes de nuestro país, fueron abogados. Entonces llama la atención que de todos los estudiantes -eso incluye también a los ingresantes del CBC- uno de cada cinco haya ido a votar. Da cuenta de una crisis partidaria, de una falta de compromiso tanto del estudiante como del que se postula, con una consigna siempre similar a la de su competencia, y siempre tan poco convincente. El argumento es
no votar al otro porque es kirchnerista, o el flamante escudo de los Derechos Humanos, que por desgracia, se ha vuelto un lugar común.
Faltan propuestas. La Facultad de Derecho es cuna política y almacén de gente gris. Los estudiantes se repiten, los carteles, las plataformas, las ideologías, todo se repite. Y muchos jóvenes llegan al título sin saber jamás qué fue lo que estudiaron, qué aprendieron: una vez recibido, son varios los egresados que no saben dónde colgar ese papel con la firma de un decano jamás visto. Y esto último también tiene que ver con la política, con la poca preocupación del estudiante y con la falta de compromiso. Lo más triste de todo es que Abogacía, carrera masiva si las hay, no es más que el reflejo o la maqueta a escala de una sociedad que sigue votando sin saber por qué, que no está conforme ni con sus decisiones políticas ni con sus políticos, y que utiliza como remedio de esta fiebre apolítica, la indiferencia.
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