martes, 26 de agosto de 2008

(Falsa) entrevista con Marilyn Monroe

Por Juan Bautista Torres López
"Antes de que comiences a grabar, me gustaría que omitieras que soy muy fea en persona". Mi primera reacción fue reír. Marilyn Monroe, madre de todas las femmes fatales, icono sexual, rubia de película y de telones, habla en serio. Por favor, insiste, y entonces esgrime esa ingenuidad que la caracterizó desde sus primeros trabajos en que no era sino una adolescente con más desgracias que esperanzas de progreso. Acepto un pacto ridículo: Marilyn estaba mejor que nunca, de buen humor, e incluso me invitó a pasar al jardín, en el fondo de su casa en el barrio porteño de Villa Luro.
"Arthur (Miller) -mi marido- también toma el té con mucho azúcar", afirma y extiende dos tazas. En el jardín, el sol le da en la cara, entonces se coloca unos Ray Ban de grueso marco rojo y baja el toldo de lona para luego sentarse en su reposera turquesa. "Lo que más me gusta de Buenos Aires son estas tardes. Nadie molesta ni pide autógrafos ni llama por teléfono. En Hollywood las cosas no son así", comenta y abre una lata con galletas caseras. "Las hice yo", dice y ofrece. "Hollywood es un lugar maravilloso, pero para ir los fines de semana", cuenta entre aburrida y cansada, y más tarde agrega que "allí todo es menos importante de como lo pintan los productores: hay mucho de publicidad".



Pero...¿por qué Buenos Aires? ¿Por qué no Venecia, Londres, incluso Madrid? "Buenos Aires tiene algo especial. Como te decía antes, las tardes aquí son como en ningún otro lugar", dispara la rubia que coloca en el Winko un LP de Carlos Gardel, y entonces se pone de pie y baila, hace la mímica como si un hombre de verdad guiara sus pasos de dos por cuatro. Marilyn tararea la canción; Marilyn baila muy bien. Mientras ríe, enciendo un cigarrillo: con el movimiento caen los breteles de su vestido blanco y dejan al descubierto la piel blanca de los hombros. La música del Winko despierta a algunos vecinos, que salen a los balcones para verla bailar pero regresan a lo suyo sin demasiada preocupación. Es probable que la gente de Villa Luro aún no se hayan dado cuenta de que quien baila para ellos, en esa función tan íntima y excepcional, es la última mujer del mundo.-