sábado, 15 de noviembre de 2008

¿Qué reclaman los docentes?

Si los argentinos debiéramos elegir algún sector a privilegiar, ese debería ser el de la educación. Sin ella no podemos aspirar a tener un futuro mejor. Pero la historia ha demostrado que el interés de los políticos está en alguna otra parte.
En los últimos meses, se desató el conflicto entre los docentes y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El motivo: un histórico y merecido aumento salarial. La más clara prueba de esta afirmación es que un maestro cobra $ 695 de sueldo básico, y para alcanzar la suma de $ 1200, lo logra a través de una "garantía" no remunerativa, que habitualmente llaman sueldo inicial.
El actual Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, ha demostrado una postura intransigente y, por el momento, no se vislumbra una solución. El pasado 23 de octubre la Legislatura le otorgó la facultad para reasignar el presupuesto y así brindar un aumento salarial a los maestros. Sin embargo, Macri respondió: "La única verdad es que no tenemos plata, no hay superpoderes mágicos". El latiguillo "no hay plata" genera dudas y daría la sensación de una actitud de odio para quienes ejercen la docencia. Entre sus dichos, tuvo el descaro de tildar de vagos a los responsables de la educación de nuestros hijos, pero no sólo eso, el mayor agravio fue el que recibieron el 20 de octubre, cuando, con un teatral rostro de víctima, no dudó en decir: "Por un nuevo aumento le ROBAN un día más de clases a los chicos con este nuevo paro, no tienen perdón de Dios". En un país democrático donde la huelga es la única forma legítima de protesta.
No era de esperar otra cosa de alguien que piensa que el Estado es una empresa y busca desgastar el sistema educativo para privatizar la educación. Lo llamativo es la conducta del resto de la sociedad, con la participación sin duda de los medios de comunicación.
El imaginario colectivo, que los medios crearon y que está fuertemente marcado por las ideas generadas a partir de la flexibilización laboral surgida en la década del '90, sugiere que un maestro trabaja sólo cuatro horas diarias, tiene tres meses de vacaciones y gran cantidad de permisos para tomarse licencias. Claro, en este supuesto, es difícil entender de qué se quejan. Y la única conclusión que de este ignoto análisis se desprende es: no quieren trabajar.
Pero hay varios puntos a analizar sobre estas cuestiones. En primer lugar, el docente cuenta con un título que le permite ejercer. Se trata de una carrera terciaria de cuatro años de cursada. En segundo lugar, su trabajo no sólo consta de las horas que está frente a sus alumnos. Para dar clase debe estudiar la mejor forma de que un determinado curso pueda construir el conocimiento de contenidos (todas las aulas no están formadas por chicos iguales, cada niño se diferencia del otro en sus tiempos y necesidades), también tiene que planificar y preparar material didáctico (que compra con su sueldo), y corregir los trabajos y exámenes. En tercer lugar, no tienen tres meses de vacaciones. Las clases para los chicos terminan a principios de diciembre pero para los docentes no. Ellos utilizan ese mes para preparar los compensatorios y evaluar. El regreso se da en febrero para hacer el PEI y el PCI (planificaciones acerca de qué se va a trabajar en el año y cómo), acomodar las aulas y reunirse para informarse acerca del rendimiento de los alumnos en años anteriores.
Y un punto que no se debería olvidar: los maestros tendrían que disponer de tiempo y dinero para leer, ir al cine, al teatro, sino tendremos docentes sin cultura, sin imaginación y sin ideas.
¿Quién va a ser el próximo suicida que se meta en semejante profesión? Hay que estudiar, planificar, abrir cabezas, cargar con la enorme responsabilidad de la formación de 40 alumnos (porque las aulas están superpobladas), continuar formándose y capacitándose permanentemente y, para mal mayor, aguantar que lo traten de vago. Claramente, esta suma de elementos favorece para que los jóvemes no se interesen por esta carrera y elijan aquellas que les resultan más redituables.
El sentido común dice que sin educación no hay futuro, tal vez haya que pensar que no todos vamos en la misma dirección.

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