viernes, 7 de noviembre de 2008

Decadencia y fin


Por Rosario Pinedo

Alcohólico, adicto al Valium y padecía de ataques epilépticos. El carácter acomplejado de Truman Capote lo llevaba a un narcisismo exagerado. Tenía tres mansiones y su vida se desarrollaba de fiesta en fiesta, rodeado de famosos, pero cada vez más dominado por la amargura y el cinismo.

La humildad no era una de sus virtudes: “Yo tenía que alcanzar el éxito lo antes posible. Las personas como yo saben siempre lo que quieren. La mayoría de la gente gasta la mitad de su vida sin llegar a saberlo. Hubiera tenido éxito en cualquier cosa, pero siempre supe y quise ser escritor, y hacerme rico y famoso”. Y lo fue. Ganó millones de dólares y una increíble popularidad. Pero también tuvo la debilidad para flagelarse a sí mismo.

Luego de escribir A sangre fría, Capote entró en decadencia. Es que con esa novela descubrió otras verdades de la naturaleza humana. Además, había entablado amistad con Perry Smith (uno de los asesinos sobre los que escribió la novela) y sentía cierta similitud con él: ambos venían de un pasado familiar borrascoso y confiaban en el arte para sobresalir. Tal vez vio en Perry lo que él mismo hubiera podido ser si no hubiera tenido éxito.

Fue entonces que decidió escribir sobre lo que mejor conocía: el ambiente sofisticado de las clases altas. La novela sería un análisis del pequeño universo de la sociedad acaudalada y llevaría el título de Plegarias atendidas. Pero no pudo concluirla. Publicó sólo cuatro capítulos de ese libro en la revista Esquire que provocaron la ira de ciertos círculos que lo acusaron de traicionar la confianza.

Luego publicó Música para camaleones, pero no logró recuperarse. Sufrió una gran crisis personal y creativa que lo paralizó en su escritura, tanto que no logró terminar nunca más un libro. Su depresión lo llevó a un proceso de autodestrucción, dependiendo cada vez más de los psicofármacos que, combinados con el alcohol, deterioraron su salud hasta morir por sobredosis en 1984.

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