
viernes, 21 de noviembre de 2008
Chau AFJP

sábado, 15 de noviembre de 2008
¿Qué reclaman los docentes?
En los últimos meses, se desató el conflicto entre los docentes y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El motivo: un histórico y merecido aumento salarial. La más clara prueba de esta afirmación es que un maestro cobra $ 695 de sueldo básico, y para alcanzar la suma de $ 1200, lo logra a través de una "garantía" no remunerativa, que habitualmente llaman sueldo inicial.
El actual Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, ha demostrado una postura intransigente y, por el momento, no se vislumbra una solución. El pasado 23 de octubre la Legislatura le otorgó la facultad para reasignar el presupuesto y así brindar un aumento salarial a los maestros. Sin embargo, Macri respondió: "La única verdad es que no tenemos plata, no hay superpoderes mágicos". El latiguillo "no hay plata" genera dudas y daría la sensación de una actitud de odio para quienes ejercen la docencia. Entre sus dichos, tuvo el descaro de tildar de vagos a los responsables de la educación de nuestros hijos, pero no sólo eso, el mayor agravio fue el que recibieron el 20 de octubre, cuando, con un teatral rostro de víctima, no dudó en decir: "Por un nuevo aumento le ROBAN un día más de clases a los chicos con este nuevo paro, no tienen perdón de Dios". En un país democrático donde la huelga es la única forma legítima de protesta.
No era de esperar otra cosa de alguien que piensa que el Estado es una empresa y busca desgastar el sistema educativo para privatizar la educación. Lo llamativo es la conducta del resto de la sociedad, con la participación sin duda de los medios de comunicación.
El imaginario colectivo, que los medios crearon y que está fuertemente marcado por las ideas generadas a partir de la flexibilización laboral surgida en la década del '90, sugiere que un maestro trabaja sólo cuatro horas diarias, tiene tres meses de vacaciones y gran cantidad de permisos para tomarse licencias. Claro, en este supuesto, es difícil entender de qué se quejan. Y la única conclusión que de este ignoto análisis se desprende es: no quieren trabajar.
Pero hay varios puntos a analizar sobre estas cuestiones. En primer lugar, el docente cuenta con un título que le permite ejercer. Se trata de una carrera terciaria de cuatro años de cursada. En segundo lugar, su trabajo no sólo consta de las horas que está frente a sus alumnos. Para dar clase debe estudiar la mejor forma de que un determinado curso pueda construir el conocimiento de contenidos (todas las aulas no están formadas por chicos iguales, cada niño se diferencia del otro en sus tiempos y necesidades), también tiene que planificar y preparar material didáctico (que compra con su sueldo), y corregir los trabajos y exámenes. En tercer lugar, no tienen tres meses de vacaciones. Las clases para los chicos terminan a principios de diciembre pero para los docentes no. Ellos utilizan ese mes para preparar los compensatorios y evaluar. El regreso se da en febrero para hacer el PEI y el PCI (planificaciones acerca de qué se va a trabajar en el año y cómo), acomodar las aulas y reunirse para informarse acerca del rendimiento de los alumnos en años anteriores.
Y un punto que no se debería olvidar: los maestros tendrían que disponer de tiempo y dinero para leer, ir al cine, al teatro, sino tendremos docentes sin cultura, sin imaginación y sin ideas.
¿Quién va a ser el próximo suicida que se meta en semejante profesión? Hay que estudiar, planificar, abrir cabezas, cargar con la enorme responsabilidad de la formación de 40 alumnos (porque las aulas están superpobladas), continuar formándose y capacitándose permanentemente y, para mal mayor, aguantar que lo traten de vago. Claramente, esta suma de elementos favorece para que los jóvemes no se interesen por esta carrera y elijan aquellas que les resultan más redituables.
El sentido común dice que sin educación no hay futuro, tal vez haya que pensar que no todos vamos en la misma dirección.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Aborto: El debate llegó a Uruguay

viernes, 7 de noviembre de 2008
Lo que el 4 nos dejó.....
A pesar de la complejidad de la situación, los medios pusieron el foco en determinados temas "de color". Entre ellas, la posibilidad de que un papa de color asuma el máximo cargo en la Iglesia Católica, las declaraciones del primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi y, sobretodo, cuál será la mascota que adopte la nueva familia presidencial. Pero han aparecido temas aún peores relacionados en esta elección.
Decadencia y fin

Por Rosario Pinedo
Alcohólico, adicto al Valium y padecía de ataques epilépticos. El carácter acomplejado de Truman Capote lo llevaba a un narcisismo exagerado. Tenía tres mansiones y su vida se desarrollaba de fiesta en fiesta, rodeado de famosos, pero cada vez más dominado por la amargura y el cinismo.
La humildad no era una de sus virtudes: “Yo tenía que alcanzar el éxito lo antes posible. Las personas como yo saben siempre lo que quieren. La mayoría de la gente gasta la mitad de su vida sin llegar a saberlo. Hubiera tenido éxito en cualquier cosa, pero siempre supe y quise ser escritor, y hacerme rico y famoso”. Y lo fue. Ganó millones de dólares y una increíble popularidad. Pero también tuvo la debilidad para flagelarse a sí mismo.
Luego de escribir A sangre fría, Capote entró en decadencia. Es que con esa novela descubrió otras verdades de la naturaleza humana. Además, había entablado amistad con Perry Smith (uno de los asesinos sobre los que escribió la novela) y sentía cierta similitud con él: ambos venían de un pasado familiar borrascoso y confiaban en el arte para sobresalir. Tal vez vio en Perry lo que él mismo hubiera podido ser si no hubiera tenido éxito.
Fue entonces que decidió escribir sobre lo que mejor conocía: el ambiente sofisticado de las clases altas. La novela sería un análisis del pequeño universo de la sociedad acaudalada y llevaría el título de Plegarias atendidas. Pero no pudo concluirla. Publicó sólo cuatro capítulos de ese libro en la revista Esquire que provocaron la ira de ciertos círculos que lo acusaron de traicionar la confianza.
Luego publicó Música para camaleones, pero no logró recuperarse. Sufrió una gran crisis personal y creativa que lo paralizó en su escritura, tanto que no logró terminar nunca más un libro. Su depresión lo llevó a un proceso de autodestrucción, dependiendo cada vez más de los psicofármacos que, combinados con el alcohol, deterioraron su salud hasta morir por sobredosis en 1984.
lunes, 3 de noviembre de 2008
Cine dentro del cine

El tema de la película Mentiras que matan es conocido: salvar al presidente de Estados Unidos. Pero tiene una vuelta interesante al incluir a un productor de cine en la farsa.
Cuando el primer mandatario se envuelve en un escándalo sexual con una menor de edad, a menos de dos semanas de las elecciones, el problema no consiste en saber si es cierto o no, sino en realizar un operativo de distracción sobre cualquier otra cosa más importante: una guerra. El habilidoso funcionario de
Es una historia verosímil, de hecho suceden cosas así en la vida real. En 1997, el ex presidente norteamericano Bill Clinton se vio mezclado en el publicitado affaire con Monica Lewinsky y buscó la manera de recuperar su imagen pública antes de la campaña de reelección.
El director Barry Levinson logra sostener la tensión en una típica comedia hollywodense de ritmo acelerado. Tal vez otro cine plantearía con mayor profundidad cuestiones como el rol de los medios de comunicación en la formación de opinión y los manejos de los gobiernos para tener una sociedad dominada desde la frivolidad y el temor. El film muestra el poder de la prensa oficial pero no cuestiona. Aún así está inundada de verdades y los dos reconocidos actores se llevan los mayores aplausos.
Dirección: Barry Levinson
Elenco: Robert De Niro, Dustin Hoffman, Anne Heche, Kirsten Dunst, Woody Harrelson
Origen: EEUU
Año: 1997
Productores: Robert De Niro, Barry Levinson y Jane Rosenthal
Guión: Hilary Henkin y David Mamet
Duración: 96 minutos
domingo, 2 de noviembre de 2008
No pisar las líneas: ¿Algo más que un juego de niños?

Otras de las manías que suelen tomarse como síntomas de este trastorno son: fijarse en las matrículas de los autos, contar filas de asientos, volver una y otra vez a comprobar si la puerta está bien cerrada o la luz apagada, y tantas otras obsesiones que se convierten en rituales para algunas personas. Tener alguna de estas conductas es completamente normal, el problema surge cuando se vuelven obsesiones y no permiten a la persona seguir con su curso de vida. Así que, a no preocuparse. Jugar a no pisar las líneas en la calle está más cerca de ser un juego de niños que un trastorno obsesivo compulsivo.